
Sobre el riesgo del fuego para el oro verde.
En los tranquilos y serenos bosques del distrito de Nawalpur en Nepal, se está llevando a cabo una revolución ecológica que utiliza herramientas que, a primera vista, parecen insignificantes: ramas caídas y baterías de compost. Un grupo dinámico de mujeres del área de Binayi Triveni ha decidido transformar una de las amenazas ambientales más serias de su región en una oportunidad económica próspera y sostenible. Esta valiente iniciativa no solo aborda el problema de los incendios forestales, sino que también impulsa la economía local, creando un modelo de trabajo que beneficia a toda la comunidad.
Alba, Mena Poudel, quien tiene 41 años, se inclina bajo las largas gafas de sol mientras pasa sus manos por el manto de hojas secas que recubre el suelo del arbusto. Las hojas, con bordes quebradizos y descoloridos por la exposición al sol, adquieren la apariencia de insectos dormidos en una estación de letargo. Este minucioso trabajo diario es parte de un esfuerzo mayor que busca ofrecer soluciones prácticas y sostenibles a los desafíos ambientales que enfrenta la zona.
A su alrededor, otras mujeres se desplazan en armonía, recolectando residuo vegetal y ramas muertas, utilizando herramientas que han adaptado a la labor diaria. Cada rama que recogen mejora la salud del bosque. Las hierbas enredadas, que anteriormente alimentaban incendios devastadores, son ahora recolectadas para ser transformadas en abono orgánico a través de un proceso que combina paciencia y sabiduría agrícola. Este enfoque no solo mitiga la amenaza de incendios forestales, sino que también promueve una economía local vibrante y resiliente.
El esfuerzo de Mena y sus compañeras ha tenido un impacto notable en el número de incendios forestales, reduciendo su incidencia en un sorprendente 70% en el último año. Lo que comenzó como una lucha por la supervivencia ha evolucionado hacia una gestión proactiva, estableciendo una nueva economía en la que la sostenibilidad y la rentabilidad coexisten de manera ejemplar.
“Al eliminar el material innecesario del lecho del bosque, reducimos significativamente el riesgo de fuego”, explica Mena con orgullo. “Esto también mejora la calidad del ambiente natural, que tiene un efecto directo en la salud de la población local. Además, el bioabono que producimos es completamente orgánico y, por ende, menos dañino para la salud de las personas, todo mientras respetamos el medio ambiente”.
En su papel como Secretaria, Mena organiza las actividades diarias del Grupo de Recursos Naturales de Binayi, dedicado a la gestión responsable del bosque. El trabajo que ella y sus compañeras realizan representa un cambio fundamental en la forma en que las comunidades se enfrentan a las amenazas ambientales, transformando los riesgos en oportunidades económicas.
Las mujeres han construido un modelo de negocio que actualmente genera más de 60,000 kilogramos de abono al año, con planes ambiciosos de duplicar esta producción, llevando su capacidad a 125,000 kilogramos. Las ramas y otros desechos recolectados, que son comprados a un costo asequible, se procesan cuidadosamente en un sistema diseñado para acelerar su descomposición y convertirlos en nutrientes útiles para el suelo.
La biomasa recolectada se tritura y se organiza en capas cuidadosamente distribuidas, equilibrando material seco y verde para asegurar un proceso óptimo de compostaje. Este abono se coloca en filas largas y estrechas, que permiten una descomposición natural al aire libre, mientras se controla meticulosamente la humedad y la temperatura para fomentar la actividad microbiana necesaria. En aproximadamente 90 días, el abono orgánico se estabiliza a través de la adición de microorganismos benéficos que enriquecen el suelo, contribuyendo a una fertilidad a largo plazo indispensable para la agricultura.
A través de este proceso, se impacta positivamente a la comunidad. El fertilizante orgánico que producen ayuda a los agricultores locales a reducir su dependencia de insumos químicos, mejorando así la salud del suelo y el rendimiento de sus cultivos en toda la región. Más allá del aumento en la producción, el negocio proporciona ingresos sostenibles a más de 400 personas, lo que resulta crucial en un área donde las oportunidades laborales son escasas, especialmente para las mujeres.
La transformación de un peligro forestal en una actividad comercial no se logró de manera aislada. Fue el resultado de una iniciativa local respaldada por un enfoque coordinado y un soporte financiero que permitió llevar a cabo este sueño. El municipio local proporcionó el capital inicial, y en 2023, el mecanismo para los bosques y las granjas de la FAO contribuyó con $25,000 para financiar esta idea innovadora. Se realizaron evaluaciones para medir la capacidad del grupo, y luego se brindó entrenamiento en gestión forestal y compostaje, fomentando un modelo que es al mismo tiempo ambientalmente consciente y económicamente viable.
Gracias a este apoyo, las mujeres no solo establecieron un plan de acción efectivo, sino que también lograron un análisis de mercado para asegurar la calidad de sus productos. La participación en reuniones intersectoriales les permitió establecer conexiones con las autoridades locales y crear alianzas con otros grupos comunitarios. Como resultado de estos esfuerzos, han pasado de ser voluntarias informales a convertirse en empresarias respetadas en su campo.
Los agricultores de la región, que solían desconfiar de los métodos tradicionales, han comenzado a aceptar sus biofertilizantes como una alternativa viable. Muchos reportanno solo cultivos más saludables, sino que también han notado que la textura del suelo ha mejorado y las enfermedades de las plantas han disminuido considerablemente. Un agricultor, por ejemplo, comparó tres tipos de fertilizantes en su terreno, y solo el compost de Binayi mostró un crecimiento vibrante y constante durante toda la temporada.
Las repercusiones de esta iniciativa superan el ámbito ambiental. Las mujeres, que antes dependían de otros, ahora están generando sus propios ingresos, lo que les permite financiar la educación de sus hijos y mejorar sus necesidades diarias. Mena, por ejemplo, puede costear la universidad de su hijo en Katmandú mientras maneja su hogar y dirige su negocio desde allí.
“Nuestro trabajo no solo se centra en mejorar nuestras propias habilidades, sino también en ayudar a otras mujeres a desarrollarse”, dice Mena con determinación. “Estamos activamente trabajando para capacitar a más mujeres, conectarlas con el mercado y fomentar su participación en posiciones de liderazgo”.
Aún queda un largo camino por recorrer. El bosque se extiende más allá de su comunidad y sigue siendo vulnerable a los incendios. Sin embargo, el movimiento impulsado por estas mujeres se expande cada día: se recolectan más residuos forestales, más vecinas están capacitadas y se establecen más viveros. Este esfuerzo, que nació en un bosque, está ahora ampliando su influencia a seis bosques, con planes para alcanzar la meta de trabajar en 42, todo lo cual contribuirá a reducir los incendios forestales y a desarrollar economías locales resilientes.
La historia completa y las imágenes relevantes se pueden encontrar en: https://www.fao.org/newsroom/story/from-fire-hazard-to-green-gold/es.